Pero dicho esto, analicemos en profundidad estos dos grandes
grupos.
Se habla de “galge” para referirse normalmente a un género
de novelas visuales que suele tener reflejo en animes más o menos famosos, muy
abundantes como juegos de consola, y que no contienen H. Los “eroges” por su
parte suelen ser más habituales de encontrar como juegos para PC, y en ellos,
como su nombre indica, las escenas H son condición sine qua non.
Resumiendo, pues, la diferencia fundamental entre ambos
géneros es clara: inclusión o no de escenas H (es decir, narración y CGs que
muestran sexo explícito) en la historia.
Más allá de cuestiones morales o de decoro, el sexo es algo
innegablemente natural. Desde luego, no es aconsejable que los menores de edad
(cuya frontera varía dependiendo de las leyes de cada región) estén expuestos a
este contenido, al menos sin supervisión. Pero dejando esto de lado, el sexo
puede ser un tema tan válido y fértil como cualquier otro para construir una
buena narración. Los problemas, o al menos la controversia, suelen venir cuando
esta clase de escenas empiezan a acercarse más a ser una mera excusa truculenta
que un elemento para una narración rica. El ejemplo extremo de esto estaría en
el género “nukige”, donde las tramas suelen brillar por su ausencia en favor de
un sinfín de escenas H con mayor o menor cantidad de morbo.
Los galges, por definición, evitan de entrada cualquier
conflicto con el elemento de las escenas H. Suelen ser narraciones profundas o
hasta sublimes, que ciertamente dan lugar a historias memorables y dignas de
ser disfrutadas. Grandes y famosos ejemplos serían “Clannad”, “Higurashi” o “Little
Busters!”, entre otros. Ahora bien, una de las mayores virtudes de las novelas
visuales es su enorme potencial para hacer que el jugador se sumerja en la
interpretación del papel de un protagonista a lo largo de su vida, en elementos
cotidianos y diarios, como en cuestiones más amplias, profundas y duraderas en
el tiempo. Como testigo directo de la vida del protagonista, el jugador está
prácticamente metiéndose en su piel. Eso es lo hermoso de las novelas visuales.
Experimentar todas las vivencias de un personaje que, con la debida técnica y
profundidad en la narración, puede casi encarnarse en una persona viviente. Dicho
de otro modo, mientras juegas, estás viviendo literalmente la vida de este
personaje. Y la vida de una persona, desde luego, incluye un sinfín de elementos… entre ellos, el
sexo. Los galges son a veces defendidos a capa y espada por los acérrimos
puristas que no quieren ver sexo ni en pintura en las novelas visuales. Pero el
caso es que, también por definición, los
galges adolecen de este importante inconveniente: sistemáticamente, están
amputando un elemento de la vida humana que resulta tan fundamental como el
resto: su vida sexual.
En mi opinión al menos, la gran virtud (o hasta maravilla)
de los eroges es que ofrecen precisamente esta posibilidad: incluir en la
historia absolutamente todos los
elementos que definen la vida de un ser humano, sin excepciones. Un buen eroge
no puede en absoluto ser definido como vulgar “porno”: una narración de estas
características, cuando está bien llevada, se cuenta probablemente entre las
historias más ricas, profundas y completas que uno pueda encontrar, y tal
concepto se eleva a la enésima potencia gracias al elemento de la inmersión en
primera persona.
Ahora bien, los eroges tienen también sus propios
inconvenientes, sobre todo si no se sabe manejar adecuadamente este concepto.
Diseñar una escena H no es tarea fácil (en contra de lo que pueda parecer), y
si el escritor no es lo bastante creativo, corre el riesgo de que estas escenas
se conviertan enseguida en repetitivas y aburridas. Para quien busque un mero
“fap”, esto no supone un problema demasiado serio, aunque claro, este no es el
caso desde el punto de vista de los jugadores a los que les importa que las
escenas H queden inmersas en un escenario rico y con sentido. Hacer que las
escenas H se fusionen adecuada y sutilmente con la misma trama de la historia es
una técnica (y hasta un arte) que no todo el mundo domina. Pero esto es, en
efecto, lo que da verdadero sentido a los eroges. Lo importante (fundamental,
de hecho) sigue siendo la trama. Y las escenas H no pueden en modo alguno
convertirse en meras excusas para ver un “interludio pervertido”. Como mínimo,
debe haber un contexto, un por qué, una ambientación. Y las escenas H deben ser
una parte indivisible de ese todo. De la vida del protagonista.
Eso no quiere decir que las escenas H no puedan, por sí
mismas, ser el origen de tramas realmente profundas e interesantes. Pero aquí
nos estamos adentrando ya en terreno sofisticado, y muchas veces peligroso. Mal
llevado, este concepto desemboca en los vulgares “nukiges” del montón. Ahora
bien, en manos de escritores habilidosos, puede dar lugar a obras de arte
insospechadas. En el extremo, las temáticas de dominación, humillación y
destrucción de la moral de las víctimas de turno ponen los pelos de punta a
muchos; pero siendo completamente honestos, son oportunidades únicas de
reflexión acerca de la naturaleza humana y lo que realmente se esconde tras
ella. Es un tema delicado, desde luego, y como tal ha de manejarse con extrema
cautela, sobre todo a la hora de liberarlo al público. El fan del eroge típico,
por lo general, no suele verse atraído por estos extremos. Le basta con un
“slice of life” o una trama algo más sofisticada y profunda, donde el sexo sea
otro elemento natural más que se entremezcla espontánea e inocuamente con el
resto. Algo como “Katawa Shoujo”, por ejemplo.
Resumiendo, hay géneros de novelas visuales para todos los
gustos. Escoged aquel que os vaya mejor o con el que os sintáis más cómodos.
Personalmente, opino que los eroges dan ese exquisito y adecuado equilibrio a
una historia bien narrada, con todos los elementos que caracterizan a la vida.
Siempre y cuando estén bien diseñados, por supuesto. Pero al final, como
siempre, la decisión es de cada uno.
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